Morir como Jacob. Morir en un hospital.
La muerte de Jacob me parece un ejemplo de la “buena muerte”. Antes, la vida discurría con una agradable lentitud, la prisa es mala compañera para la tan necesaria ternura. En las biografías, hasta antes de la revolución industrial, no era extraño leer el siguiente comentario sobre el biografiado “… y sabiendo que iba a morir, reunió a los suyos”. Un amigo de Monsieur de Saint-Colombe, el maestro de Marin Marais, músico en la corte francesa del siglo XVIII y que compuso la más hermosa folía para viola de gamba, quería morir bebiendo una copa de vino de Bourgogne mientras su amigo, sentado a los pies de su cama, interpretaba su pieza preferida, un adagio compuesto en su juventud. ¿Qué ha sucedido con el último acto de la vida? ¿Por qué ese afán de ocultar la muerte como si fuera algo indigno, molesto, algo que debe hacerse de manera aséptica y sobre todo rápida?.
Jacob vio con lucidez cómo se acercaba el final de su vida, consciente, tranquilo, aparentemente sin dolor, dulcemente, como una llama a punto de extinguirse. Sin dolor. Sólo el cansancio del largo camino. Hasta aquí, está bien. Tuvo además la dicha de acabar su vida rodeado de todos los suyos, de bendecirlos según sus talentos: A Gad el ejército, a Zebulón el comercio, los viajes…les legó una especie de visión de sus capacidades, él, que los conocía tan bien. Era su testamento. El de verdad. No les dejaba riquezas, no repartía sus pertenencias entre ellos. Les dejaba El Mundo, les legaba La Tierra entera: el mar por donde navegará Zebulón, la belleza que crearán los descendientes de José…. Pero sobre todo les dejaba un código de honor, de conducta, una pasión por el Saber.
En una novela de García Márquez, el protagonista hace testamento durante su agonía y lega a sus herederos las cosas del mundo. "Os lego Sus Eminencias Reverendísimas, las Hermosas Señoritas, los Severos Magistrados, los Atardeceres del Verano, las Noches Sin Luna…".Algo así.
Cuando yo era joven quería morir de repente, sin enterarme. Supongo que influída por las muertes de algunos familiares entre terribles sufrimientos, sin posibilidad de paliarlos en aquel entonces. Qué gran error me parece ahora que precisamente la medicina ayuda a que duela menos en el caso de que haya dolor, ahora que se puede aliviar cualquier molestia física hasta reducirla al mínimo, ahora sí que se podría morir como Jacob, lúcidamente y sin dolor. Pero falta el resto: la familia, los seres queridos que no siempre coinciden con los lazos de sangre, la lentitud, la serenidad, el dar por buenos los años vividos, sean los que sean. Una vida honorable debería conllevar una muerte digna.
El último acto de la vida, sea en soledad o en compañía, debería ser como la más hermosa de las despedidas. Como esos amantes que hacen gala de su elegancia y se despiden con una magnífica cena, saben que no pueden seguir juntos, causas de fuerza mayor lo impiden, y en vez de lamentarse, de amargar los últimos momentos con reproches, abren una botella del mejor champagne y brindan por toda la felicidad que vivieron, por todo el amor que se dieron, por tocar el cielo por las noches, por descender al infierno y sin embargo tener la fortaleza de resistir y regresar, por vivir, vivirse. Gracias a la vida que me ha dado tanto, me ha dado la risa y me ha dado el llanto..., que decía Violeta Parra en la profunda voz de Mercedes Sosa.
Mi padre decía que cuando un judío mira a la muerte a los ojos, es la muerte quien baja la mirada.
Shalom.
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