jueves, 1 de enero de 2009

Parashá VAYIGASH (Y Judá se allegó a él y dijo...) Bereshit XLIV:18 - XLVII: 27

Correspondiente a 7 Tevet 5769 - 3 Enero 2009


Rafal Olbinski

Por L. Conde


Ésta es la parashá que le corresponde a un niño que nació el 4 de Tevet del año 5762, acaba de cumplir por tanto siete años, y somos amigos. Alberga sus dos naturalezas, el bien y el mal. Será capaz de lo mejor y de lo peor, como todos nosotros. Y yo le deseo que conozca la vida en toda su magnitud. Que cuando visite el infierno en la tierra sepa reconocerlo porque antes caminó por el paraíso. Ya sé que sus padres se afanarán en evitarle el dolor, que pase por el mundo de puntillas, que conozca sólo una parte: la buena, según ellos. Pero para mí una vida así es limitada y boba, de la que sólo se conoce la mitad y cuando llegue el momento de conocer el otro lado no estará preparado para el dolor y no sabrá cómo afrontarlo, carecerá de una preparación elemental y crecerá débil sin entender que el dolor y la dicha van de la mano, que tanto se llora como tanto se amó y que el dolor de ahora forma parte de la felicidad de entonces. Y es ahí cuando tenemos medida de nosotros mismos. Nunca es cuestión de la profundidad del dolor, si no de la fortaleza de nuestra alma para asumirlo. Crecerás fuerte, mi niño querido.


Crecer dando palos de ciego


¿No hay mal que por bien no venga? ¿no es ésa una forma de consuelo? José fue vendido por sus hermanos y al cabo de los años fue José el que estuvo en condiciones de aliviarles el hambre. Pero ¿sabemos cómo habría sido si no lo hubieran vendido?. Claro que no. Aunque de lo que se trata es de tener la habilidad para sacar partido de una mala situación. Al fin y al cabo en eso consiste la inteligencia, en saber gestionar la vida con las cartas que nos toquen en suerte, más que en acumular conocimientos hasta convertirse en un banco de datos. El ordenador tiene toda la información pero no diría que es inteligente.


Judá es un hombre muy diferente a aquel joven que vendió a su hermano. Sí, tenemos varias vidas durante el tiempo que habitamos la tierra. Porque Judá es la suma de aquel vil joven y es también el suegro que reconoce su error ante Tamar. Sí, Judá, como todos nosotros, es capaz de la mayor nobleza y de la más abyecta mezquindad. Sólo hace falta la oportunidad y una cierta disposición. Ahora es el hermano que defiende a su hermano pequeño ante el poderoso gobernador de Egipto y no cuenta más que con las palabras que salen de su corazón para pedir clemencia. Y se las dice a ese extraño que le escucha y necesita reconciliarse consigo mismo, necesita curar una antigua herida, una injusticia infringida por sus propios hermanos. Ni Judá ni José son los de entonces. Crecer tiene estas cosas. Todos damos palos de ciego en nuestra juventud. Ahora son hombres que asumen su responsabilidad. Judá daría la vida por los suyos. José da por bueno todo lo sucedido y se muestra magnánimo. Necesita volver a su familia. Se da a conocer. Pero, ¿habría sido así si a José le hubiera ido mal, si hubiera permanecido en prisión, si no hubiera prosperado en Egipto?.


El éxito conseguido a pesar de la adversidad ayuda a ser generoso. Es también una manera sutil de humillar a los antiguos enemigos. Pero en el caso de José tal vez no tenía cabida ese sentimiento. Hermanos al fin, recuerdos comunes, afectos comunes, y un sentido de la lealtad hacia la familia, eso que hace que pase lo que pase entre nosotros el cariño siga siendo el mismo. José reencuentra a su familia y lejos de hacerles sentir culpables, hace gala de una singular elegancia de espíritu.


La pasión por el conocimiento (Judá y la escuela de la Torá)


Rafal Olbinski

Jacob prepara el viaje de su familia a Egipto. De nuevo otro éxodo. Esta vez por causa del hambre. Pero antes encarga a Judá que prepare allí las cosas. No se trata de avituallamientos propios de un traslado masivo, sino de algo más esencial, preparar un lugar para el estudio. La pasión por el conocimiento es una de las necesidades más esenciales del pueblo judío. Es nuestro nexo común. El estudio del Libro. La Torá es nuestra identidad. Tiene un efecto aglutinador cuando nos dispersamos, aleccionador cuando precisamos consejo, balsámico cuando sufrimos, gozoso cuando nos reconocemos dignos. Jacob no eligió a su primogénito, Rubén, para esta importante tarea; si no a Ju. Un padre sabe reconocer el talento de cada hijo.


Los días de los años


Jacek Yerka

El faraón le pregunta al anciano Jacob: ¿Cuántos son los días de los años de tu vida?. Son ciento treinta años, pocos y malos, responde.


Me recuerda un cuento que escuché hace mucho.


Un hombre viajó a un país lejano. Hizo noche en una aldea que tenía un hermoso cementerio a la entrada. Reparó en las inscripciones de las tumbas y se asombró de que todos fueran niños, ninguno pasaba de los diez años. Sin embargo, cuando se adentró en la aldea, le salieron al encuentro gente de todas las edades, ancianos, niños, jóvenes. Preguntó si el lugar había sufrido una epidemia que se cebó en los más pequeños. Nadie le entendió. Explicó a un anciano la conclusión que había extraído de su visita al cementerio y el anciano sonrió.

Lo que sucede, forastero, es que en las lápidas sumamos sólo los días que fuimos felices durante toda nuestra vida. Yo, por ejemplo, tengo ochenta años, pero mis días felices suman apenas seis años. De los demás no hago cuenta.

Recuerdo mi juventud en que vivía como si no fuera a morirme nunca. Y ahora que estoy en el último tramo de la vida se me antoja que voy a morir sin apenas haber vivido. Y no es así. Simplemente es que me gusta la vida y se me hace corta y si miro hacia atrás veo que hice menos de lo que deseé. Pero aún me quedan días por vivir y hacer que sean llenos y fecundos. Por mí no va a quedar.


Shalom

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