jueves, 11 de diciembre de 2008

Parashá VAYISHLAJ (Y envió Jacob mensajeros delante de él a Esaú...) (Bereshit XXXII:4 XXXVI:43

Correspondiente al Shabbat 16 Kislev 5769 - 13 Diciembre 2008

Rafal Olbinski

Por L. Conde

Las vueltas de la vida

Veinte años de exilio es toda una vida. Pero el tiempo transcurre diferente para el que se va. El que permanece sigue con sus hábitos de siempre, nada cambia, solo que el otro ya no está. El que se va conoce otro mundo, tiene oportunidad de comparar, de saber lo que en Economía se llama “coste de oportunidad”: cuando se ejerce una elección inevitablemente hay que renunciar a algo. El que no tiene posibilidad de elegir, a nada puede renunciar. El que se queda nada nuevo conoce, su mundo se reduce a esa pequeña aldea, a esa poca gente. El que se va ha elegido ya y sus miras se amplían cuanto más se aleja, cuanto más conoce más perspectiva tiene. Pero tanto Esaú, el que se quedó, como Jacob, el que se fue, idealizan la vida del otro respectivamente.


De eso sabe mucho Galicia. Me refiero a la emigración masiva hacia América en los años 40 y 50 del pasado siglo. Mujeres, niños y ancianos despidiendo barcos desde el puerto de A Coruña y Vigo. Allá se iban los hombres de la casa, por ellos, para darles algo mejor. Escribirían, mandarían un pasaje pronto para poder juntar a la familia de nuevo.... Pero América deslumbraba. La pobre aldea, la esposa vestida año tras año con el mismo abrigo, los niños con los mocos crónicos y los sabañones del frío... la madre que no sabe leer.... Para cambiar todo eso se va, pero de los viajes nunca se vuelve igual, sea cual sea el motivo: económico, ideológico, aventurero... aunque siempre hay al menos esos tres ingredientes dentro de la cabeza del que decide emigrar.


De repente, ante sus asombrados ojos que nunca vieron más allá de aquella miserable aldea de la postguerra, se alza el puerto de La Guaira en Venezuela, el de Montevideo o el de Buenos Aires. Ciudades a años luz de su tierra. Y se asombra de que el mundo también pueda ser así y de lo injusto que es porque ahora no sabe lo que hacer con lo prometido a los suyos que se va diluyendo como un azucarillo en su confuso corazón. La ciudad es lujosa, las mujeres elegantes, los niños con inmaculados uniformes de colegio, grandes avenidas, coches, teatros, hipódromos, música. Siente vértigo y no tiene donde agarrarse, está solo, tiene que sobrevivir y deja pasar el tiempo, busca excusas, él también tiene que vivir, es joven, merece disfrutar de la vida. Procura no pensar demasiado en aquella miseria que abandonó y que le era tan querida porque era la suya, pero cómo renunciar a todo esto, y sobre todo, cómo regresar?. Aprende a vivir con ese sentimiento de culpa aderezado con algo de vileza que ahoga en cartas cada vez más esporádicas: Todo bien por aquí, trabajo mucho, pronto podréis venir.... os quiero. Y no miente en ese momento. Es así cómo le gustaría ser, no defraudar a los suyos, pero sólo dura ese instante. Luego sale de la pensión, echa la carta, camina por las calles de Buenos Aires y se deja devorar por sueños ajenos.


Los que leen la carta al otro lado del océano la guardan como prueba de que no esperan en vano. Es el alimento de sus almas, aunque cada vez es más escaso. De los que se fueron unos llamaron a sus familias, otros simplemente dejaron de escribir y se perdieron entre la multitud. Otros regresaron. “Volver con la frente marchita” como dice el tango.”...Que veinte años no es nada...” , los niños ya son adultos y tal vez casados, la esposa sí que tiene la frente marchita y una desesperanza mezclada con rencor. Se recuerdan tal como eran pero no se reconocen como ahora son. Qué hacer? Vivir como dos extraños, ni él ni ella van a admitir que esperaron para esto; sería demasiado doloroso, mejor así, como si no hubiera pasado el tiempo, qué más da engañarnos un poco más. Los hijos también reclaman su parte del botin. Es un desconocido que regresa cuando ya no les hace falta. Y se atreven a juzgarle duramente. Atrás quedó el día en que fueron a recibirlo al aeropuerto, todo eran abrazos, lágrimas, alegría de verle antes de morir.... todas esas escenas que se ven en los programas lacrimógenos de la televisión. Siempre pensé que sería muy instructivo que les preguntaran después de unos meses cómo les va la vida, cuando las emociones se asentaron y comienzan a dar la cara las cuentas pendientes.


Pero volvamos a Jacob. Quizás ninguno de los dos esperaba aquel abrazo fraternal, instintivo, los lazos de sangre tienen a veces estas trampas. Pero eso dura lo que dura y vuelve a aflorar el antiguo resentimiento y el encuentro entre los hermanos es ya el previsto. Ambos permanecen anclados en el pasado, en aquel día de la huída, es la última imagen que perdura en su memoria por encima de cualquier otro recuerdo de la infancia. Podría pensar Jacob: El tiempo no amansó el corazón de mi hermano, porque al fin y al cabo nadie le obligó a aceptar el trato del dichoso plato de lentejas. Esaú por su parte podría pensar: Todo este tiempo odiándote y ahora quieres comprar la paz con estos regalos que me traes, no te valdrá de nada. Pero algunas personas tienen su precio, el caso es poder subir la apuesta.


Para Esaú ese comportamiento generoso de su hermano añadía una humillación más a su rencor. Jacob se había enriquecido con su trabajo y sin embargo se desprendía de sus bienes, se los ofrecía a su hermano (como estrategia para salvar a su familia, para demorar el inevitable enfrentamiento, para ganar tiempo y prepararse para la batalla... o, por qué no, de buena fe). Sea como fuere es un ejemplo del saber regresar. La riqueza acumulada, los bienes, son eso, cosas, fruto del trabajo, herencia, pero cosas al fin. Jacob enseña que se puede vivir sin ellas, que son fruto del esfuerzo pero que no se debe vivir para las cosas, sino con las cosas, que el trabajo también enriquece en sí mismo porque nos hace disciplinados y necesarios. A Jacob le interesaban más las riquezas del alma, el resto estaba de más, le parecía superfluo. Entendía la vida como un viaje y ningún viajero inteligente va cargado con sus muebles, sabe que los podrá conseguir dondequiera que vaya. Esaú era el contrapunto indispensable, pero él no lo comprendía y pensaba con amargura que existía sólo para servir a su hermano menor y eso nada podría cambiarlo. El hecho de que Jacob fuera mejor no convertía a Esaú en peor. No, nadie le forzó a vender su primogenitura.


Jacob pone a salvo a su familia y lo que queda de su hacienda. Les hace cruzar el río Yabok. El permanece solo, guardando el fuerte. En esa larga noche de lucha interior, más allá de sus fuerzas, con el ángel que a todos nos habita, es cuando tiene medida de si mismo. Sabe con certeza abrumadora que el afán de su existencia, el que no desfalleció ni siquiera en tierra extraña, debe defenderlo con su vida, pero de su vida dependen tantas.... tantos hijos, tantas generaciones por venir, cómo defraudarlas. Nadie conoce su resistencia hasta que realmente la pone a prueba. Jacob luchó por él, por todos los que estaban y también por los que vendrán. Y el soldado Jacob fue tan bravo que al acabar la batalla mereció ser llamado Israel. El que lucha con Dios y prevalece. Y curiosamente también la palabra contiene las iniciales de todos los patriarcas y matriarcas:


I Iod Isaac Iacob

S Sin Sarah

R Resh Rebeca – Raquel

A Alef Abraham

L Lamed Lea


El precio de la herida de su pierna bien lo valía y además le recordaba que había luchado y sobrevivido.


El silencio de las familias
Rafal Olbinski

Y la triste historia de Dina es de venganza y de silencio.


Siempre se dice que todas las tragedias tienen su origen en un malentendido. Jacob respondió con el silencio doloroso y prudente de un hombre maduro. Necesitaba tiempo para asimilar la pena y pensar en la manera de saldar esa infamia sin infringir más daño del necesario. Sus hijos Simeon y Levi lo interpretaron con la precipitación de la juventud. Les parecía que a su padre le faltaba capacidad de reacción y ahí estaban ellos. Aún no habían aprendido que las respuestas no tienen porqué ser inmediatas, irreflexivas. Respondieron con una infamia mayor. Engaño, exterminio y saqueo. Jacob renegó de ellos: Lo echasteis todo a perder.


De nuevo la huída, el exilio con todas sus penalidades. La muerte de Devorah, la nodriza de Rebeca. La muerte de su amada Raquel al dar a luz a Benjamín. La iniquidad de su primogénito, Rubén, al acostarse con la concubina de su padre, Bilhá, La muerte de Isaac, para cuyo funeral volvieron a juntarse los dos hermanos. Pero sólo para honrar al padre. Hermanos, sí, pero diferentes. Cada uno con su forma de vivir y de pensar. Podrían convivir pero no mezclarse, pensaba Jacob. Esaú sin embargo se mezcló con diversas tribus, sus hijos fueron fruto del mestizaje. Habría sido enriquecedor si hubiera transmitido la ética de Jacob que supo desligarse de entre los suyos (Esaú, Ismael....) como si de una exquisita labor de poda se tratara, prescindió de las ramas superfluas hasta llegar a ser la esencia misma del árbol, la herencia del espíritu hebreo.


Shalom.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Parabéns polo blog. Unha magnífica nova. Parafraseando ao vello Álvaro Cunqueiro: "mil primaveras máis para Judios en el Norte de Sefarad".

Pedro
www.amizadeconisrael.org