Correspondiente al 9 Kislev 5769 (5 diciembre 2008)
El destierro
Mientras, Esaú permanece en la casa paterna planeando su venganza de la que hará su leitmotiv. Qué magnífica lección se puede extraer de esta abyecta conducta: el lado oscuro del espejo de la perseverancia.
Jacob se detiene en el monte Moria donde años antes su abuelo, Abraham, había atado a Isaac, su padre. La vida tiene estas vueltas. Necesita descansar y apoya su cabeza en unas piedras y se duerme y sueña. Qué no se ha dicho ya sobre ese sueño, la escalera, es como si en ese sueño el pasado, presente y futuro del pueblo judío coexistieran. "Civilizaciones enteras han brillado y desaparecido. Persia, Egipto, Grecia, Roma, España, Inglaterra, Alemania.... Hicieron ruido y se desvanecieron. Los judíos vieron alumbrar a todas y a todas vieron desaparecer. Y sobrevivimos a todas y permanecemos." La escalera no es un ascenso constante, hay estancamientos, descensos súbitos, vueltas al punto de partida. Pero la cima está ahí, cómo no querer alcanzarla. Es una labor de tenacidad.
La constancia, la lealtad
Se me antoja que este capítulo de Vayetzé puede ser también una metáfora de la constancia, de la promesa de no desfallecer jamás, pase lo que pase. De laboriosidad entregada y sincera. Hay quién cuida de un enfermo, pongamos por caso, durante años con abnegación, con amor, no considera que esté haciendo nada extraordinario, simplemente hace lo que debe, nada más. Pero viene un día un familiar que no visitó la casa en años, que no vio ni se interesó por su familiar enfermo, viene de visita de cortesía, por cumplir de cara a la galería, trae regalos y ese día dice a todos que descansen que él se encargará de los cuidados... y lo hace. Y es ése el que se lleva los honores, el que consideran que realizó una buena acción, el que pregona su “hazaña de un día”. Los demás, los que cada día, cada noche de todos esos años, no son tenidos en cuenta, no saben vender su producto. No les importa, no son así. Pero sus silenciosas ayudas son las que hacen posible prolongar la vida del enfermo. Las medallas colgadas de pechos fatuos valen sólo durante algún tiempo. Al final prevalece el ejemplo... No. No es cierto. Pero la verdadera ética es hacer lo que se debe hacer, sin precisar vigilantes ni público. Al final las cuentas las rendimos ante nosotros mismos.
La constancia tiene que ver con la lealtad. Lea es un buen arquetipo. Huérfana de los afectos de Jacob que prefería a su hermana Raquel, siempre permaneció fiel a su deber con la esperanza de ser la amada. Aquí se puede establecer un paralelismo entre las hermanas Lea y Raquel y los hermanos Esaú y Jacob. La fraternal y a veces fraticida rivalidad. Parece que Jacob no tomó lección de su propia experiencia pues conocía en carne propia el dolor de sentirse ignorado. Pero Lea pudo comprender la soledad de su hermana Raquel, tantos años estéril hasta que tuvo a José.
Tenía razón Raquel al gritar desesperada a su esposo “Dame hijos, que si no, soy muerta” . Hasta hace relativamente poco, y todavía perdura en algunas sociedades, la mujer estéril era condenada al ostracismo, moría socialmente. Era, y sigue siendo en algunas culturas, motivo de repudio (jamás se planteaba la posibilidad de que el estéril fuera el marido). Y no tenían derecho más que a una pequeña parte de la herencia, si lo tenía a bien la familia del esposo. Aún hoy en día lo padecen las viudas sin hijos cuyo esposo muere sin hacer testamento: la herencia corresponde a los padres, y a la viuda el usufructo de la mitad de los bienes.
Durante el tiempo que Jacob vivió con Laván aumentó su hacienda, pero en todo ese largo periodo ni una sola vez dejó de pensar en regresar, no pudo sentir como suya aquella tierra, como si la mezquindad de Laván contaminara a todos los moradores de la casa porque "aún el bien que podamos recibir de los malvados es de mala calidad."
Y decició Jacob regresar apresuradamente a su tierra, esta vez con la familia que él creó y con las riquezas que le procuró su trabajo; pero también huía de Laván, puede que se sintiera viciado por la influencia de su suegro al que a pesar de sus engaños sirvió con nobleza. Un hombre justo partía. Dejó la semilla de sus obras donde pudo germinar, con él se llevaba su honestidad, su código deontológico al que permaneció fiel. Otra vez la constancia y sus frutos. No me resisto a transcribir una frase atribuida a Bayazet II de Turquía cuando recibió a muchos de los judíos sefardíes expulsados de la España de 1492, dijo: “No considero al rey Fernando y a la reina Isabel personas inteligentes, pues enviando fuera a los judíos empobrecen su país y enriquecen el mío”.
Jacob, sin embargo, no logró tener en la tierra de sus esposas el hogar definitivo. Siempre vivimos en una sucá, frágil y sometida a los vaivenes del tiempo. Aprendemos entonces que el hogar más seguro, el duradero, está dentro de nosotros, estemos donde estemos, la casa eres tú, soy yo, nosotros, quizás por eso las bodas judías tienen lugar bajo una frágil jupá. Podemos perder la casa, pero tenemos la vida, nos tenemos a nosotros, volveremos a empezar, por nosotros no va a quedar, tenemos un Pacto, somos constantes. Nómadas del alma. “Para mi corazón basta tu pecho” decía Pablo Neruda.
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