Correspondiente al SHABAT 18 Adar 5769 - 14 Marzo 2009
Por L. Conde
Medio Shekel y 20 años
Necesitamos contarnos como pueblo. Mejor que eso. Con cuántos podemos contar. Saber cuántos somos. Cómo hacerlo sin herir susceptibilidades?. Podemos levantarnos y decir nuestro nombre y que el escriba lo apunte, pero así se nos ligaría a una familia y no es lo mismo ser hijo de los Pérez a secas que hijo de los Orellana de Aguirre y Maldonado, por ejemplo. Necesitamos un censo igualitario, de alguna manera anónimo para que cada uno tenga el mismo valor. Eso hace modesto al poderoso y eleva la autoestima al humilde. Equilibra la balanza. Por eso HaShem ordena que se entregue medio shekel. No uno. Medio. Desde el más opulento al más menesteroso. Todos entregarán exactamente lo mismo: medio shekel. Una forma de contar anónima e igualitaria. No se contarían por nombres sino por cantidad de monedas todas iguales. Pero, medio shekel?. Sí. Medio shekel mío y medio shekel tuyo hacen UN shekel, una unidad. Nada somos si no pertenecemos a un todo.A un pueblo. Individualmente tenemos unas características únicas, pero es cuando nos sentimos parte de un pueblo cuando funcionamos como un todo. Es como cuando vamos a la sinagoga y venimos de discutir agriamente unos asuntos domésticos, pero allí comenzamos a cantar Ma Tovu y sabemos que daríamos la vida por cualquiera de nosotros si hiciera falta. Medio shekel, yo que soy pobre; porque el otro medio tienes que ponerlo tú, que eres rico; pero aportas lo mismo que yo. En esto al menos somos iguales. También hay que tener cumplidos los 20 años, edad suficiente para poder hacer frente a la vida, para poder defender a los tuyos, protegerlos y ser digno de ellos y ellos orgullosos de ti.
El amado me dice que debe ausentarse. Tiene una cita ineludible. Le veo partir con la promesa de que regresará el viernes. Todas las tragedias tienen su origen en un malentendido. Llega el viernes a la mañana y espero impaciente su regreso. Pero el mediodía se acerca y no trae noticias de él. Creí en sus palabras. Tenía que estar aquí ya. Porqué no da al menos una señal. Sabe que me impacienta no saber de él. Le amo sobre todas las cosas, él tiene que saberlo. Pero pronto será de noche. Llevo todo el día esperando. Conforme pasan las horas mi confianza se tambalea. Pienso en un accidente tal vez, pero si así fuera ya me habría enterado. Poco a poco empieza a crecer en mi corazón el germen de la desconfianza. El temor a la traición. Un cáncer invasivo, devastador. No tengo base para ello. Pero es lo que tiene la espera, que se empiezan a hacer cábalas y el entorno las alimenta con el infalible rumor. Acude el orgullo que de nada vale ahora, sólo estorba. Si estuviera en soledad…. Pero están los otros, amigos, vecinos, familia… esperan que reaccione como se espera. Yo no quiero pero si no lo hago mi honra quedará en entredicho. Tengo que proteger mi reputación, al fin y al cabo he de reconocer que vivo un poco o un mucho para los demás, me importa el qué dirán, aunque al final me quede sola. Qué gran estupidez. Traicionaré antes de que me traicione. Ése es el antídoto. Así me dolerá menos. Y busco a un conocido o desconocido, qué más da, se trata de llegar el primero a la traición, se trata de mitigar el dolor de ser el traicionado. Le digo a cualquiera que le adoro y quiero que se lo crea. Porque se eso se trata, de reproducir mi dolor en el otro. Créetelo, te adoro. Te estoy mintiendo pero eso tú no puedes saberlo. Estoy sufriendo como un animal. Me duele el alma y te repito que te adoro. Me ves llorar y crees que es por ti, pero es por él, por mí. No es por ti, seas quien seas. Mi pobre becerro de oro. Toda la riqueza que te adorna me hace añorarlo más. Odiarlo más. Quererlo más. Ah, lo mataría. Le suplicaría que volviera a mí. Cómo ha podido traicionarme. Le amaba de verdad. No puedo soportarlo. Ven aquí, mi becerro de oro.
Cae la noche y alzo la vista una vez más, sin esperanza, con rencor. Y allá a lo lejos distingo su silueta. Trae algo en las manos. Se acerca y su rostro desprende una luz que me ciega. Viene lleno de amor hacia mí. Y me quiero morir. Todavía es viernes. Última hora del viernes. Pero viernes. Cumplió su promesa. Qué hago ahora. Todos estamos festejando mi flamante fetiche, mi becerro de oro. Y nunca hubo en el mundo una desdicha mayor que la mía. Arrojarme a sus pies e implorar su perdón. No basta. Incluso suena a burla. No hay perdón para mí. Ahora conozco hasta qué punto puedo ser ruín. Pero hay algo peor. Tengo la desoladora certeza de que no sé amar.
Cuando parece que todo se hunde a nuestro alrededor es cuando debemos mantenemos firmes. Confiar en nuestras fuerzas. Confiar en nuestro propio amor. Porque entonces es de verdad, Adonai shelí.
Shalom.
1 comentario:
precioso este relato, hasta parece real...
menos mal que te tengo aquí para poder segir leyéndote.
un abrzo
jimena
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