Correspondiente al Shabat 4 Av 5769 - 25 Julio 2009
Por L. Y. Conde
Eijá = Cómo
En el versículo 12 de esta Parashá Devarim, Moisés se lamenta ante el pueblo:
“¿Cómo he de sobrellevar yo solo vuestra molestia y vuestra carga y vuestra contienda?".
Es el primer Cómo, el primer Eijá.
El segundo Eïjá está en el Libro de Isaías I:21:
“Cómo se ha tornado ramera la ciudad fiel, ella que estaba toda llena de justicia!”.
Y, por último, el tercer Eijá da comienzo al Libro de Las Lamentaciones de Jeremías I:1:
“Cómo quedó solitaria la ciudad populosa, la grande entre las naciones se ha vuelto igual que viuda!”.
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La Historia, como la vida, es una sucesión de dichas y desdichas y para sobrellevar este vaivén que nos zarandea jugamos con el olvido y la memoria. Es parecido al amor que en su época feliz es único y olvidamos la bonanza de los anteriores y cuando llega el desamor lloramos el presente y los que le precedieron. A veces el pueblo judío confunde realidad con apariencia. Quiso tener un rey para ser como todos los pueblos, pero la figura de un rey no hace un pueblo, así como la presencia de un Templo no implicaba tener a Dios. En aquel tiempo teníamos todos los símbolos de un pueblo: Tierra – Rey – Templo. Y pensábamos que duraría eternamente.
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Kol Yisrael arevim ze bazé (Todo judío es responsable por su hermano)
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Esta máxima es el eje del pueblo judío como tal. Somos un solo cuerpo, y tenemos la obligación de mantenerlo saludable. Aceptamos la responsabilidad de cualquier enfermedad que padezca un miembro, porque es nuestro y procuramos curarla entre todos porque somos Uno. Esta extraordinaria unidad tal vez sea el secreto de nuestra supervivencia
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Jeremías veía más allá. Y lo decía. Se dirigía al pueblo con palabras de Tojajá (amonestación con sentido moral positivo). La Tojajá es un mandamiento de la Torah:
“No dejarás de reprender a tu prójimo” (Lev. XIX:17)
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La crítica expresada por la palabra Tojajá nace del amor que se tiene por el prójimo, las lisonjas son muchas veces producto del odio. Porque en el judaísmo no existe el “individuo independiente”, sino que es parte de la sociedad, por ello el hombre no es sólo responsable de sus actos sino de los de todo el pueblo. Por ello la Tojajá es un producto del amor y no del odio. Es el querer hacer ver que estás equivocado, el aconsejar, el cuidarte, el pedirte que seas ético porque si tú lo eres yo lo seré por partida doble.
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Eso hacía Jeremías en el Reino de Judá, en la decada de 580 a.e.c. poco antes de que Nabucodonosor nos pusiera bien claro que ningún símbolo: Tierra, Rey, Templo, garantiza la eternidad, que son eso: Hardware; necesitábamos un software y lo conseguimos en el exilio que sobrevino. Nos hizo un favor.
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Pero eso se ve después, a toro pasado. En los años precedentes todo era estúpida confianza en que nada podría cambiar. Por eso Jeremías era tan incómodo: Hacía pensar, reflexionar. El pueblo no quería ver y se repetía: Todo va bien, qué nos puede pasar. Qué hace éste aguándonos la fiesta. Los babilonios nunca se atreverán a invadirnos. El reino de Judea perdurará en el tiempo, al rey Sedecías le sucederá otro, igual que a él se precedió Joacaz y a éste Josías y así hasta Saúl, nuestro primer rey. Todo está bien en Judea, que se calle Jeremías de una vez. El odio hacia el que canta las verdades del barquero va creciendo, denuncia corrupción, desidia. No es éste el pueblo de Israel, no debe serlo. Estamos a tiempo, abrid los ojos. Es demasiado. El odio hacia Jeremías va creciendo como una bola de nieve. Hay que hacerlo callar. Pero aunque la sentencia de muerte está ya en la mente de todos, hay que hacer las cosas bien, que parezca legal. Y lo detienen. Y lo procesan. Solicitan la pena de muerte. Cómo perdonarle que dijera de ellos que
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“Fueron detrás de la Nada y se nadificaron”
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Cómo perdonarle que pusiera al descubierto su propio vacío lleno de ornamentos, de símbolos carentes de significado, cómo reconocer que el pueblo judío había olvidado el alma en algún lugar del desierto del Sinaí, y ahora venía este loco a decirles que necesitaban regresar al exilio y así, tal vez, recuperar el alma. No quedaba más que matarlo.
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El proceso a Jeremías
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Son muchos los que se sienten heridos por la lengua certera de Jeremías. Muchos que ven peligrar sus intereses si la gente comienza a creer que las palabras de este loco tienen algo de veracidad. Comienza una confabulación perfecta. Ya se sabe que el odio basado en intereses comunes une mucho. Y se organizan por “gremios”. A la cabeza van los sacerdotes, los representantes oficiales de Dios, tienen mucho que perder. Les siguen los otros “profetas” que profetizan a sueldo y corren grave peligro. Están también los gobernantes que pagan a los “profetas”, el pueblo que paga a todos indirectamente. Son mayoría. Todos contra Jeremías.
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No parece que haya salida, su suerte está echada de antemano. Antes, cuando se dirigía al pueblo en una Tojajá que no querían comprender, su voz tronaba:
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“… y Dios destruirá su propio santuario…”
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Parecían palabras de un loco. No podían entenderle ni querían creerle. Pero sí podían castigarlo. Pero Jeremías no teme. Su defensa es mínima, está más bien hecha de silencios. Pero a veces, entre la multitud, hay alguien que le mira y le cree y se pone de su lado aún a costa de su propia vida, era su amigo Ajikam ben Shafán :
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“Pero la mano de Ajikam estaba con Jeremías y de ninguna manera permitió que lo entregaran en manos del pueblo para ser muerto”.
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No todo estaba perdido, la situación daba una inesperada vuelta de tuerca. Junto a Ajikam florecieron otras voces, recordaron que Jeremías no había sido el primero en vaticinar la destrucción del Templo y de Jerusalem, que ya lo había hecho Miqueas durante el reinado de Jizquiahu, y el rey no lo mató, al contrario, le incitó a la reflexión, a remediar sus errores. Poco a poco se fueron añadiendo voces. Jeremías no estaba solo, nunca lo estuvo. Había amor, amigos, quedaban algunos puros de corazón. Con eso bastaba. Ahora podrían continuar el camino que estaba lejos de concluir. Pero se trataba de caminar. Si era hacia el exilio, bien está, se trata de aprender que los símbolos vacíos perecen, y el pueblo que no abandona su significado permanece.
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Cada 9 de Av se leen Las Lamentaciones de Jeremías. Es tiempo de no olvidar que las tragedias individuales o colectivas afectan a todos los judíos porque nos sentimos Uno. Es tiempo de recordar que si “nos tenemos” nos sobra todo. Por eso el exilio es para nosotros una metáfora, el verdadero destierro para un judío es el exilio espiritual. Porque Israel somos todos, estemos donde estemos. Incluso aquí, en el “Finisterre” del antiguo mundo conocido.
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Shalom.