Por Jaime Einstein
La región del mundo en la que habito, el denominado “Oriente Medio”, ha sido cuna de las tres grandes religiones monoteístas del planeta: el judaísmo, el cristianismo y el Islam. Cada una de estas tres tradiciones reconoce la importancia del legado profético en su desarrollo. Los profetas eran predicadores, maestros, visionarios, líderes revolucionarios y disidentes. La fuerza de su prédica se derivaba de su íntima conexión con la Divinidad, la cual les daba una visión clara… y a veces aterradora… de la realidad del cosmos.
Yo, de profeta, no tengo un pelo. Para empezar, soy cubano… y Cuba ha producido muchas especies de personas, algunas buenas, otras tóxicas, pero profetas… no. Lo único que tengo en común con esas excelsas figuras del pasado espiritual de nuestras civilizaciones es habitar en el mismo espacio geográfico y compartir una honda preocupación sobre nuestro presente, y sobre todo por el futuro. Es por ello que aclaro que las predicciones que son objeto de este pequeño escrito son fruto del análisis de las realidades histórico-sociales de esta atormentada y fascinante región, y no de una visión mística de la misma.
¿Se llegará a establecer un estado árabe palestino en una porción del territorio denominado “Erets Israel” (“Tierra de Israel”) por los judíos, “Palestina” por los árabes y “Tierra Santa” por los cristianos? La respuesta es bastante obvia… de hecho, ya existen dos entidades políticas que pueden ser consideradas “estados árabe-palestinos”: la teocracia de Hamás en la franja de Gaza y la “Autoridad Palestina”, dominada por el movimiento Al Fatah. Es de suponer que en algún momento estas dos entidades llegarán a un “entendimiento”, interino y puntual (como la casi totalidad de “entendimientos” en el mundo árabe), que permitirá el establecimiento de un “Estado Palestino” reconocido por la mayoría de los países de la mal-llamada “Comunidad Internacional”.
La creación de dicho estado es prácticamente un hecho consumado, por razones intrínsecas y extrínsecas.
Veamos primeramente las “razones extrínsecas”:
1. Con, o sin, bases objetivas, una gran parte de las clases políticas en este planeta, consideran que existe un “pueblo palestino”, y que dicho pueblo amerita un estado propio, basado en su derecho de autodeterminación… ya existe algo parecido a un consenso mundial sobre este tema;
2. Muchos dirigentes a nivel internacional parecen tener la peregrina idea de que “el problema” del Oriente Medio está anclado en el conflicto árabe-israelí, y que el establecimiento de un estado árabe-palestino es una condición sine-qua-non para afianzar una paz duradera en esta volátil parte del globo;
3. La Unión Europea, diversos gobiernos en todas partes del mundo desarrollado, el “Mundo Árabe” y la “Umma Islámica”, en sus múltiples y siempre conflictivas facciones, mas algunas organizaciones internacionales, más o menos inútiles o nocivas, como las Naciones Unidas, han invertido miles de millones de euros y dólares, además de folios interminables de “resoluciones” y palabrería, en establecer las bases de dicho estado en ciernes. En este punto, vale la pena mencionar que la absoluta ineficacia práctica, y la malversación escandalosa de estos generosos y manirrotos fondos, por parte de las autoridades árabe-palestinas, no parecen afectar mínimamente, a la voluntad internacional de continuar con este notorio derroche.
4. La opinión pública israelí está sumamente dividida sobre este tema, como lo está sobre cualquier tópico que es debatido entre judíos. Existe una minoría importante, tanto por la profundidad de sus convicciones, como por su militancia, que es contraria a cualquier arreglo que implique retirar la soberanía hebrea sobre el más mínimo trozo de tierra comprendido dentro de la definición bíblica de la “Tierra Prometida”. Pero, en contrapeso a este importante grupo de creyentes ortodoxos, y nacionalistas, existe algo parecido a un consenso nacional de que la preservación de Israel como estado democrático requerirá una importante retirada de algunos de “los Territorios” (no hay consenso sobre qué territorios terminarán dentro del Estado de Israel, y cuáles dentro del nuevo “Estado Palestino”). Una mayoría amorfa de la ciudadanía israelí, rechaza la idea de continuar gobernando indefinidamente a un colectivo humano de varios millones de personas en contra de su voluntad. La vasta mayoría de los israelíes desean vivir en paz con sus vecinos… esto no significa que confíen en ellos, o que les agraden los habitantes del vecindario.
La base intrínseca del futuro de “Palestina” está guardada en un recóndito armario. El debate internacional sobre el nacimiento de este estado, se destaca por mucha retórica superficial, y la casi total ausencia de un análisis serio de las complejísimas realidades del conflicto.
¿Cuáles son las bases reales del futuro estado árabe palestino?
Para comenzar, tratemos de comprender algo de la historia del pueblo árabe… No se trata de un grupo étnico monolítico ni uniforme… Los “árabes” de hoy día constituyen un inmenso mosaico de pueblos que se extienden desde la Mesopotamia hasta la costa Atlántica del Magreb… ya que la definición de quién es un árabe es primordialmente lingüística y cultural, no hay unanimidad en cuanto a una clara determinación de quién es árabe, y quién no (por ejemplo: ¿son árabes los somalíes o los eritreos que usan vernáculos propios?; ¿son árabes los sudaneses del sur… cristianos, bantúes o hamitas en su mayoría?, ¿son árabes los libaneses cristianos maronitas?, ¿son árabes los bereberes de Marruecos, Argelia o Mauritania?).
El “Mundo Árabe” de hoy día es el producto de uno de los experimentos imperiales más exitosos de la humanidad. Las diversas tribus y clanes de la península arábiga irrumpieron en la historia universal con la aparición de uno de los líderes más transcendentales que ha tenido este planeta, Muhammad o Mahoma (Siglo VII de la Era Común). Mahoma, los árabes y el Islam entran por el portón principal del desarrollo humano justo en un momento de decadencia casi total de la Europa occidental barbarizada, y el mutuo desgaste de los imperios bizantino y persa. El Islam, con su fórmula de simplicidad teológica y energía militar expansiva, barre con el Imperio Persa… y termina destruyendo a Bizancio de manos de los turcos islamizados.
Aunque hoy día sea difícil imaginarlo… todo el Levante y el norte de África eran preponderantemente cristianos, hasta la llegada del torbellino que salió de la península arábiga. La inmensa diversidad que eran el Levante y el sur del Mediterráneo hasta el Siglo VIII, quedó totalmente sumergida por un tsunami verde… los centenares de idiomas, religiones y culturas autóctonas fueron aniquiladas, o colocadas en situación de clara inferioridad.
La nueva cultura que surgió de este proceso de islamización y arabización se diferencia de la cultura occidental judeo-cristiana en diversos aspectos muy significativos. Una de las divergencias principales, para efectos de este ensayo, fue la falta del concepto laico de “estado” o de nación-estado” que sirvió de base para el desarrollo político del mundo occidental (recordemos la importancia de la dicotomía “César, o estado” vs “Iglesia” en el Occidente). En el mundo islámico lo que siempre ha contado es la “Umma”… la comunidad de los creyentes, bajo el liderazgo del Califa, el “comandante de los creyentes”, heredero del manto y de la autoridad de Mahoma. Religión (creyentes) y Estado son vistos, no como la dicotomía que han sido en Occidente, sino como una unidad monolítica e indisoluble.
Por ello, en la teoría del Islam, no importaba si la capital de la Umma estuviera en Medina, Damasco o Bagdad… ya que el Islam se ha entendido a sí mismo como un ente supra-nacional. Tanto es así, que la vasta mayoría de los creyentes árabes aceptaron la legitimidad de los califas turco-otomanos, cuando el califato pasó de Bagdad a Estambul. En este sentido, era más importante la legitimidad del califato que la “nacionalidad” del califa.
Es precisamente el concepto de “legitimidad” del califato el que ha servido de base para los principales conflictos internos en el Islam. Y, estos conflictos se han reflejado en guerras civiles terribles y sanguinarias, que básicamente tienen su base en problemas entre familias, clanes o tribus (no olvidemos que, hasta el día de hoy, todas las sociedades árabes o arabizadas en el mundo islámico están divididas en importantísimos grupos tribales).
El gran cisma entre el Islam suní y el shiita, está basado en la problemática de la legitimidad de la sucesión de un profeta que murió sin haber dejado descendientes masculinos (si Mahoma hubiera tenido un hijo, es posible que la diferencia entre suníes y shiitas no hubiera surgido… o al menos no en su presente forma). Esta tendencia, sin embargo, de que todos los grandes conflictos en el mundo árabe tengan, como base (cubierta o no) a conflictos familiares o tribales, se extiende hasta nuestros días.
Hasta la llegada de la Primera Guerra Mundial, la mayor parte del mundo árabe aceptaba la supremacía del califa otomano. Las principales revueltas contra el imperio “turco” (en teoría, islámico, supra-nacional), vinieron de parte de sus súbditos cristianos: griegos, serbios, rumanos, búlgaros y armenios. Las masas árabes, casi sin excepción, aceptaban el gobierno de la “Sublime Puerta” en Estambul con sumisión y mansedumbre. Los conceptos de “la nación árabe”, o del “nacionalismo árabe” eran teorías foráneas, que sólo existían entre ínfimos grupúsculos de intelectuales en Damasco o El Cairo. Los “nacionalismos” más pequeños… a nivel de lo que hoy día son los estados de Siria, Jordania, Irak, o la mismísima Arabia “Saudita”, no existían.
La “Gran Revuelta Árabe” contra el Imperio Otomano fue un movimiento muy minoritario dentro de las fronteras imperiales. Su “grandeza” verdadera se sitúa mucho más en su nombre que en su limitada realidad. Aquellos de nosotros que vimos y admiramos el espectáculo de la película “Lawrence of Arabia” tenemos que reajustar nuestro entendimiento de este movimiento que sirvió de rampa de lanzamiento para los nacionalismos árabes de los siglos XX y XXI. La revuelta fue liderada por el Sharif Hussein de la familia Hashemita (“Protectores de La Meca”), y su intención era la de reemplazar el califato otomano, por la restauración del liderazgo del mundo musulmán en manos de una familia árabe, con tradición de ser descendientes directos de Mahoma.
Fuera del entorno de la familia Hashemita y de sus tribus aliadas, la revuelta tuvo pocas repercusiones en el mundo árabe. Los numerosos regimientos árabes del ejército otomano mantuvieron su lealtad a Estambul. Los habitantes árabes de lo que pasó a ser la “Palestina” británica fueron fieles a los otomanos hasta la caída del territorio “palestino” en manos británicas.
Las complejas realidades políticas del Oriente Medio de hoy, tienen sus raíces en el fin de la Primera Guerra Mundial, la caída del imperio Otomano y las decisiones tomadas por los imperios británico y francés a partir de 1918. Inglaterra y Francia se dividieron los pedazos árabes del desmoronado imperio turco, y crearon los proto-estados que hoy día son Irak, Siria, y el Líbano. La familia Hashemita perdió el control del Hedyaz (Meca y Medina) a manos de su eterna familia rival, los Saud (una vez más, una lucha de familias). Estos últimos establecieron lo que hoy día se denomina “Arabia Saudita”. Esta identificación del estado con una familia reinante sería insólita en el mundo occidental. Imaginemos que, a raíz de la restauración monárquica en 1874, España pasase a conocerse como “Borbonia”.
El caso de Israel-Palestina es capítulo aparte. Los británicos prometieron crear un “Hogar Nacional Judío” en “Palestina” a cambio de obtener el apoyo judío en la Primera Guerra Mundial. Esta “Palestina” británica incluía los territorios que hoy día son Israel, Jordania y los territorios palestinos. Con el exilio de la familia Hashemita de su cuna en Hedyaz, los ingleses se sintieron en la obligación de encontrar dignos empleos a los herederos de sus aliados árabes en la Gran Guerra. Por ello un Hashemita fue coronado rey de Irak (poniendo a una dinastía suní a cargo de un país predominantemente shíita), y dos terceras partes del territorio “palestino” fueron segregados, y la porción al este del Jordán se convirtió en el novísimo emirato de “Transjordania”… hoy Jordania, con otro heredero Hashemita en el trono.
Nunca había existido un estado árabe palestino, con capital en Jerusalem, ni un estado árabe jordano, con capital en Amán… pero la creatividad británica nunca ha tenido límites en lo que de crear imperios se trata.
La coexistencia árabe/judía en la Palestina británica fue bastante problemática desde el comienzo del mandato inglés. Desde el punto de vista de los habitantes árabes del territorio, su futuro liderazgo, y hasta su propia identidad, se decidirían en típico estilo árabe, en una pugna inmisericorde entre tres importantes familias:
1. La familia Hashemita. Abdula, el Hashemita que heredó Transjordania, aunque pequeño en estatura, era grande en inteligencia y ambición. La polvorienta y paupérrima ciudad de Amán era demasiado chica para sus visiones de grandeza. Abdula soñaba con el establecimiento de un trono para su familia en Damasco, capital del califato Omeya… Desde ese trono, Abdula gobernaría a todo el Levante… lo que hoy son Siria, Líbano, Israel y Jordania. En cuanto a “Transjordania”, él sabía mejor que nadie, que una creación tan artificial podría tener un futuro efímero e incierto. ¿Los judíos?, pues ellos podrían tener un limitado nivel de autonomía bajo su corona, una especie de semi-independencia “dimí” bajo el cetro Hashemita. Este concepto no era del todo antipático a Londres, ya que este supra-estado Hashemita podría sacar a los antipáticos franceses de Siria y el Líbano, y resolver el fastidioso lío del conflicto entre la Declaración Balfour (el “Hogar Nacional Judío”), y las vagas y conflictivas promesas hechas por Londres a la familia Hashemita… Más importante aún, Abdula era un fiel aliado de Gran Bretaña, y su ejército, la Legión Árabe, funcionaba con oficialidad británica.
2. La familia Nashashibi. Hoy día esta prominente familia árabe palestina está casi olvidada, pero en su momento los Nashashibis eran pujantes candidatos para el liderazgo de la comunidad islámica en este territorio. Ellos eran los “guardianes” de las mezquitas de Al Aqsa en Jerusalem (posiblemente la tercera en importancia en el Islam) y la de Ibrahimiya (tumba de los Patriarcas) en Hebrón. Raguib al Nashashabi fue alcalde de Jerusalem de 1920 a 1934. Los Nashashibis eran una de las pocas familias prominentes en lo que pasó a ser la Palestina Británica, que habían luchado contra el dominio otomano. En cuanto al gobierno inglés sobre el territorio, la posición de esta influyente familia era de oposición relativamente moderada. Ellos llegaron a estar a favor de una partición pacífica de “Palestina” entre una entidad árabe, controlada por los Nashashibis, desde luego, y una entidad judía… lo menor posible. Si los Nashashibis hubieran sido victoriosos en la lucha por el control de la población árabe en la Palestina Británica, es posible que el presente conflicto árabe-israelí se hubiera evitado, o al menos su virulencia actual se podría haber aminorado. Por desdicha, para esta familia… y posiblemente para los árabes en el Mandato Británico, los Nashashibis tenían, como su principal rival, a la familia Husseini.
3. Los Husseini. Esta es la familia árabe palestina que ha marcado la pauta en los conflictos inter-étnicos e intra-árabes en la región. Su principal figura durante el dominio británico fue Haj Amin al Husseini, el muftí (maestro, o juez religioso islámico) de Jerusalem. Amín al Husseini se distinguió por la virulencia ilimitada de su odio contra sus vecinos judíos. Él fue el principal incitador de los violentos motines de 1929 y del 1936-39. Estos motines resultaron en centenares de muertes, y envenenaron irremediablemente las relaciones entre ambas comunidades. El gobierno británico trató de ganarse la simpatía de Amin, ofreciéndole el título inventado de “Gran Mufti” de Jerusalem. Amin utilizó este título, y el prestigio que conllevaba, para recrudecer sus actividades a favor de su liderazgo indiscutible de la población árabe en Palestina. Sus seguidores emprendieron una lucha encarnizada y exitosa contra todos los clanes rivales de los Husseini (asesinando a Nashashibis y a miembros de 11 otras familias). Durante la Segunda Guerra Mundial, Amin al Husseini se reunió con Hitler, y ayudó a formar unidades de tropas de árabes y bosnios nazis, que cometieron todo tipo de atrocidades en Europa. Su posición de intransigencia ante cualquier idea contraria a la supremacía de su familia lo hizo enemigo de muerte de judíos, británicos, Hashemitas y Nashashibis. Los Husseinis, y Amin marcó esta ruta, eran contrarios a cualquier partición del territorio con los judíos… TODO O NADA… Esto marcó la política árabe palestina hasta nuestros días. Cuando, gracias a su intransigencia, la Liga Árabe rehusó el plan de partición de Palestina entre un estado árabe y uno judío en 1947, uno de sus sobrinos: Abd el Kader al Husseini, fue el principal líder militar del lado palestino árabe en la guerra de 1948. Abd el Kader, fue el único líder militar palestino árabe con talento y valor personal en esta guerra. Inesperadamente, él murió en el ataque a la posición de la Haganá en Kastel. Otro sobrino de Amin al Husseini es mejor conocido por su “nombre de guerra” de Yasser Arafat. El clan Husseini escribió con sangre la historia del pueblo árabe palestino… sus pautas de intransigencia y de odio continúan sirviendo de norte a este pueblo tan querido y admirado por la “progresía” mundial.
¿Qué herencia han dejado los Husseinis a los árabes palestinos, y qué se puede esperar de su estado independiente?
a) La identidad “palestina” tiene una sustancia propia muy efímera, fuera del odio visceral a los judíos, que son vistos como intrusos en una tierra que nada tiene que ver con ellos. Esta visión revisionista de la historia de Israel proviene directamente de la febril mente de Amin al Husseini. Ya que nunca ha existido una nación árabe palestina, su identidad étnica data de las décadas que han corrido desde la Guerra de los seis Días en 1967 (los “palestinos” que quedaron en territorio Hashemita después de la “Nakba” de 1948, aceptaron de buen grado la ciudadanía del Reino Hashemita del Jordán. Los de Gaza nunca tuvieron la opción de asumir la ciudadanía egipcia. Los refugiados en Siria y Líbano tampoco recibieron la ciudadanía de sus anfitriones). En otras… y tristes… palabras, la única sustancia en la “palestinidad” es una de odio.
b) El diseño de la bandera palestina proviene de un soldado británico en el grupo de apoyo de Lawrence of Arabia, quien lo inventó como símbolo de la revuelta Hashemita contra los turcos (de ahí la similitud entre la bandera jordana, la del viejo reino Hashemita de Irak, y la de Palestina hoy día.
c) La letra del himno palestino, adoptado por el Concejo Nacional Palestino en 1996, nos da una indicación sobre la sustancia de la nacionalidad palestina forjada en el espíritu del clan Husseini:
Mi patria, mi patria…
tierra de mis antepasados
Revolucionario, Revolucionario…
mi pueblo, pueblo eterno
Con mi determinación, mi fuego y el volcán de mi venganza
Con el anhelo de mi sangre por mi tierra y mi hogar
He escalado las montañas y Luchado las guerras; He conquistado lo imposible y cruzado las fronteras
Con la resolución de los vientos y el fuego de los fusiles
Y la voluntad de mi nación en la tierra de lucha
Palestina es mi hogar, Palestina es mi fuego,
Palestina es mi venganza…
No hay duda de que entre los árabes palestinos hay personas de un gran nivel educacional, poseedoras de envidiable cultura. La diáspora palestina ha producido algunos de los mayores talentos en el mundo árabe hoy día. Sin embargo, las personas de este tipo jamás han tenido posiciones de importancia en las jerarquías políticas de su pueblo… y no las tendrán por muchas décadas. La mentalidad terrorista está aunada a la identidad palestina.
La democracia no ha sido implantada con éxito en ningún país árabe… Los sistemas de gobierno árabes menos nocivos son regímenes autoritarios donde se tolera una limitadísima libertad de expresión. No existe ninguna base fidedigna que nos haga pensar que el futuro estado palestino vaya a ser una excepción a esta triste regla.
La corrupción es rampante en todo estado árabe. El burócrata árabe no trabaja para el bien de la comunidad, sino para el beneficio suyo y de su clan o familia. Bakshish (el soborno, puro y duro) es el lubricante de la sociedad civil árabe. La “administración” de Yasser Arafat en los territorios palestinos, fue un ejemplo tétrico de lo que se puede esperar del futuro estado.
PREDICCIONES
1. Cualquier entidad política que gobierne la futura Palestina independiente jamás admitirá un estado de paz real con Israel. Una paz verdadera entre ambos pueblos socavaría totalmente la única base real de la nueva nacionalidad.
2. El irredentismo, el deseo de “reconquistar” la Palestina gobernada por “al Yajud” (los judíos) será el leitmotiv de la política palestina.
3. El terrorismo continuará, con la aprobación tácita de las autoridades palestinas, o sin ella.
4. El gobierno palestino será autoritario y dictatorial. No importa quien gane la lucha interna por el poder… si gana Hamás, el estado será teocrático, corrupto y opresivo. Si gana Al Fatah, el estado será nominalmente más laico, pero igualmente corrupto y opresivo.
5. La minoría palestina cristiana cesará de existir. Sus remanentes saldrán al exilio.
6. Cualquier líder palestino que trabaje por un acercamiento económico o social con el estado judío será asesinado.
7. La Unión Europea continuará derrochando sus recursos para apuntalar la economía palestina.
8. La división geográfica entre Gaza y Cisjordania permitirá que siempre existan dos polos políticos irreconciliables en el futuro estado palestino. Si no es Hamás versus Al Fatah, será una división basada en clanes o familias rivales.
Este es el futuro palestino… ¡qué bueno que ya hayamos construido una valla de separación! ¡La necesitaremos por muchos años!