20 Sivan 5768
Por L. Conde
La mala estrategia (o el querer contentar a todos).
Esta Parashá va de espías (meraguelim), las mejores armas de un ejército, los que recaban información secreta y hacen ganar o perder una guerra. Pero supongo que Moisés tenía difícil su liderazgo y optó por intentar contentar a todos en lugar de decidir una buena estrategia. De tal manera que envió a 1 espía por cada una de las tribus. 12 espías en total. Aún contando con que las 12 tribus se llevaran con mediana armonía, 12 eran demasiados para cumplir con un requisito básico en el espionaje: la discreción. Otro requisito es la objetividad, el no hacer juicios de valor, presentar hechos, no opiniones. Y otro, también fundamental, es la mentalidad positiva. El no contemplar la derrota bajo ningún concepto. El no tener otra alternativa más que la victoria. Los 12 carecían de todas y cada una de esas cualidades que se esperan de un espía eficiente. Porque el valor se les suponía.
Los falsos valientes.
Qué vieron aquellos hombres cuando por fin llegaron a la tierra de Canaán. Ciudades amuralladas, armas desconocidas, costumbres y leyes extrañas. Llamarían la atención por su aspecto extranjero, intentarían confundirse con los mercaderes de tránsito, cómo se las ingeniarían para no despertar demasiadas sospechas. Debieron hacer sus cuentas y decidir que, con los medios que tenían en el desierto, no podían conquistar esas fortalezas inexpugnables. No confiaron en sus propias fuerzas, y lo que es peor, en la fuerza de los suyos, de su propio pueblo. Se subestimaron y subestimaron a los suyos. Les faltó coraje. Les faltó lealtad. Pero, cómo reconocerse desleales, cobardes? La solución es mentir. No es que ellos sean cobardes, es que la tierra que se quiere conquistar no vale nada. Es una táctica inmemorial, pero eficaz hasta hoy día.
Regresaron al campamento en el desierto. Pactaron lo que iban a decir, unificaron criterios a la manera moderna. Y el pueblo les creyó. No todos, porque siempre hay algún anciano al que esa escena le sonaba a un “dejà vu”. Pero cómo demostrarlo. Hay verdades que se saben pero que carecerían de pruebas ante un tribunal. Así que el anciano calla y llora con los demás. Al fin y al cabo el ánimo general ya está por los suelos. Nada se puede hacer cuando a un pueblo se le mete en el alma que es un perdedor. Debe morir esa generación y tal vez sus hijos tengan otra visión del mundo y sean mejores que sus padres, más nobles, más bravos. Pero tiene que haber un relevo. Acepto que yo fui cobarde, hijo mío, y confío en que tú no lo seas, que aprendas de mí, que mis errores te sirvan, que mejores a tu padre.
Quizás Moisés también pensaba como aquel anciano. Esta recua de fantasmas vagos que no les apetece luchar, mira lo que se inventan para no empuñar las armas, serán cobardes. Sabe que están mintiendo, difamarían a su madre. Pero, claro, cómo desdecirles. Fueron ellos que le vieron y regresaron. Debió mandar a 2 como mucho, 12 siempre hacen pandilla y ya se sabe lo que traen las pandillas, basta con que uno o dos estén podridos para que contaminen el resto. Pero el error ya estaba hecho. Y lo que sabía muy bien Moisés es que toda acción tiene sus consecuencias. Este error lo pagaría caro y estaba dispuesto a asumirlo. Lo malo es que el error de un dirigente arrastra a todo un pueblo.
Aunque la sabiduría también consiste en extraer enseñanza sobre todo de los errores y un pueblo sabio que confía en sus dirigentes también asume su parte de responsabilidad y no malgasta el tiempo en echarse culpas, sino en ver la manera de salir del atolladero, de prepararse para que la próxima vez no haya lugar al mismo error.
Shalom.