Yom Shení, 1 Tevet 5768
Por L. Conde
Era viernes a la tarde y las familias se apuraban para dejar todo listo en la casa antes de acudir a la sinagoga. La familia Lewynski, los Cohen, los Toledo, los Laor, … todos, doce familias en total. Esto era así porque habían sido deportados de diferentes lugares hacía apenas unos meses a un país donde los únicos judíos eran ellos y no tenían más que una sinagoga…. De momento.
El ambiente estaba raro desde el anterior Shabat Miketz, que coincidió con la Janucá, en que la Sra. Toledo hizo una interpretación muy suigéneris sobre el sueño de José, el relato en que las gavillas de sus once hermanos se postran ante su gavilla reconociendo así su supremacía. Tal como lo dijo la Sra. Toledo fue entendido de muy diferente manera por sus partidarios y por sus detractores. No hay que olvidar que la Sra. Toledo era del estilo: “A ver por qué no se me valora más a mí, con lo que yo he hecho por todos ustedes, ay, si no fuera por mí”. El Sr. Toledo callaba porque tenía una experiencia de treinta años y sabía que de lo que se trababa no era de argumentar si no de aguantar la racha y en unos días ya se pondría bien, en cuanto fuera a la peluquería y encontrara otra manera de entretenerse. Pero, claro, a los demás les faltaba ese y muchos datos de la Sra. Toledo y de todos en general. En realidad acababan de conocerse y aunque les unía el Shalom, les separaba el “Buenos días, te has fijado cómo va vestida la Sra. Cohen hoy?”, que es un no decir nada suponiéndolo todo. O la otra modalidad “El negocio de Lewynski va mejor que el nuestro. A ver qué haces, Abraham.” que es como decir “Vales menos que él pero conmigo no cuentes que ya bastante tengo con estar al lado de un fracasado”, y también una manera de fastidiar porque a mí me da la gana. Al final seis familias frecuentaban un restaurante, las otras cinco se hicieron socias del Country Club. El rabino y su familia paseaban por la alameda a pesar del tiempo inclemente. Así las cosas, con ese runrún sordo, llegaron a la sinagoga el aciago viernes de Vayigash.
El Rabino no sabía qué hacer. Intentaba contemporizar pero nadie estaba por la labor. Al final se retiró a su casa y se puso una bolsa de hielo en la cabeza. A la semana siguiente ocurrió lo mismo pero más encarnizado. Reunió a la congregación porque así no se podía seguir y sugirió consultar a su anciano maestro, un sabio de 98 años, que vivía en el país vecino. El Rabino esperaba sinceramente que el anciano estuviera en condiciones de contar cómo era la tradición en su tiempo, y pensando en eso emprendió el viaje acompañado de un representante de cada facción en que se hallaba dividida la congregación.
Cuando se encontraban en la habitación del viejo sabio, el representante de los que se pusieron de pie le preguntó si es tradición ponerse de pie cuando se reza esa oración.
El representante de los que se habían quedado sentados, esgrimiendo una sonrisa victoriosa en los labios, afirmó: "Entonces la tradición es permanecer sentado!"…
A lo que el sabio contestó: "No. Ésa no es la tradición"
Entonces el Rabino le dijo al hombre sabio: "Pero es que hay peleas constantes; los que se ponen de pie le gritan a los que se quedan sentados y viceversa, y eso...
El sabio interrumpió al rabino antes que terminara de hablar y exclamó: "ÉSA es la tradición!"
Miles de años así y sobrevivimos. Pero el ejercicio más duro a veces es sobrevivir a nosotros mismos.