lunes, 23 de junio de 2008

PARASHÁ SHELAJ-LEJÁ (… Envía para ti hombres para que exploren la tierra de Canaán…) NÚMEROS XIII: 1 – XV: 41.

20 Sivan 5768


Por L. Conde



La mala estrategia (o el querer contentar a todos).



Esta Parashá va de espías (meraguelim), las mejores armas de un ejército, los que recaban información secreta y hacen ganar o perder una guerra. Pero supongo que Moisés tenía difícil su liderazgo y optó por intentar contentar a todos en lugar de decidir una buena estrategia. De tal manera que envió a 1 espía por cada una de las tribus. 12 espías en total. Aún contando con que las 12 tribus se llevaran con mediana armonía, 12 eran demasiados para cumplir con un requisito básico en el espionaje: la discreción. Otro requisito es la objetividad, el no hacer juicios de valor, presentar hechos, no opiniones. Y otro, también fundamental, es la mentalidad positiva. El no contemplar la derrota bajo ningún concepto. El no tener otra alternativa más que la victoria. Los 12 carecían de todas y cada una de esas cualidades que se esperan de un espía eficiente. Porque el valor se les suponía.





Los falsos valientes.



Qué vieron aquellos hombres cuando por fin llegaron a la tierra de Canaán. Ciudades amuralladas, armas desconocidas, costumbres y leyes extrañas. Llamarían la atención por su aspecto extranjero, intentarían confundirse con los mercaderes de tránsito, cómo se las ingeniarían para no despertar demasiadas sospechas. Debieron hacer sus cuentas y decidir que, con los medios que tenían en el desierto, no podían conquistar esas fortalezas inexpugnables. No confiaron en sus propias fuerzas, y lo que es peor, en la fuerza de los suyos, de su propio pueblo. Se subestimaron y subestimaron a los suyos. Les faltó coraje. Les faltó lealtad. Pero, cómo reconocerse desleales, cobardes? La solución es mentir. No es que ellos sean cobardes, es que la tierra que se quiere conquistar no vale nada. Es una táctica inmemorial, pero eficaz hasta hoy día.



Regresaron al campamento en el desierto. Pactaron lo que iban a decir, unificaron criterios a la manera moderna. Y el pueblo les creyó. No todos, porque siempre hay algún anciano al que esa escena le sonaba a un “dejà vu”. Pero cómo demostrarlo. Hay verdades que se saben pero que carecerían de pruebas ante un tribunal. Así que el anciano calla y llora con los demás. Al fin y al cabo el ánimo general ya está por los suelos. Nada se puede hacer cuando a un pueblo se le mete en el alma que es un perdedor. Debe morir esa generación y tal vez sus hijos tengan otra visión del mundo y sean mejores que sus padres, más nobles, más bravos. Pero tiene que haber un relevo. Acepto que yo fui cobarde, hijo mío, y confío en que tú no lo seas, que aprendas de mí, que mis errores te sirvan, que mejores a tu padre.



Quizás Moisés también pensaba como aquel anciano. Esta recua de fantasmas vagos que no les apetece luchar, mira lo que se inventan para no empuñar las armas, serán cobardes. Sabe que están mintiendo, difamarían a su madre. Pero, claro, cómo desdecirles. Fueron ellos que le vieron y regresaron. Debió mandar a 2 como mucho, 12 siempre hacen pandilla y ya se sabe lo que traen las pandillas, basta con que uno o dos estén podridos para que contaminen el resto. Pero el error ya estaba hecho. Y lo que sabía muy bien Moisés es que toda acción tiene sus consecuencias. Este error lo pagaría caro y estaba dispuesto a asumirlo. Lo malo es que el error de un dirigente arrastra a todo un pueblo.



Aunque la sabiduría también consiste en extraer enseñanza sobre todo de los errores y un pueblo sabio que confía en sus dirigentes también asume su parte de responsabilidad y no malgasta el tiempo en echarse culpas, sino en ver la manera de salir del atolladero, de prepararse para que la próxima vez no haya lugar al mismo error.



Shalom.


viernes, 20 de junio de 2008

PARA K.T.. Una mujer judía.

17 de Siván de 5768



Decía el poeta peruano César Abraham Vallejo Mendoza (Santiago de Chuco, Perú, 1892 – París 1938):



“Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!...

Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,

La resaca de todo lo sufrido

Se empozara en el alma…¡Yo no sé!”




Así debe de sentirse mi amiga K. T. La conocí hace apenas dos años. Su cuerpo tan frágil, un tulipán marchito, un pájaro con un ala rota. Nos veíamos cada Kabalat Shabat. Luego en clase de Talmud Torah, en clase de hebreo. Alguna vez en mi casa donde conversamos largamente. Nos sentíamos cómodas con nuestros silencios.



Un día me dice que va a tener un hijo. Tan frágil. Llevaba desde pequeña estudiando para su conversión y ese día al fin se acercaba. Sería un día de Junio, de Siván de 5768. Unas semanas antes dejé de saber de ella. No respondía al teléfono. El día señalado al fin llamó. Todo está bien, dijo. La acompañé al Bet-Din ese día, como le prometí. Estaba triste. ¿Todo va bien? Sí, me contestó con un hilo de voz. Era el día que llevaba esperando toda su vida y estaba triste. Con su embarazo de seis meses parecía a punto de romperse. Pero el embarazo iba bien.



La vi llorar cuando abrazó el Sefer-Torah mientras decía el Shemá, cuando el Rabino puso sus manos sobre su cabeza. Mi querida K.T., no permitas que te llamen conversa, acuérdate de Ruth “… tu pueblo es mi pueblo y tu Dios es mi Dios…”. Eres judía. Y tu hijo nacerá de madre judía. Quién lucha así para que le certifiquen el alma?.



Cuando terminó la ceremonia me abrazó de una manera extraña. Me miró desde muy lejos. “Ahora no t.engo fuerzas para decírtelo..." Y la vi alejarse con su paso vacilante. Los días siguientes intenté llamarla pero su teléfono estaba desconectado, los e-mails eran devueltos como si nunca hubiera existido. Al final, después de un SMS suplicante, me responde al fin.




“ Mi querida L., hace unas semanas el padre de mi hijo, mi amor, murió…. No quise decir nada para no deslucir la ceremonia a los demás….”



Y la quise más que nunca. Aunque no me permita consolarla porque me pidió tiempo para regresar al mundo. Y allá estará ella. Llorando tanto como tanto amó. Con un hijo en su vientre. Frágil ella. Judía ella. La más fuerte de todos al final. La que vino con su inmensa pena guardada en lo más profundo de su alma para cumplir su promesa. Pero vino. Cumplió su promesa. Nadie ni nada podría impedírselo. Ni siquiera algo tan desgarrador. Ahí estaba, abrazada a su Torah, diciendo el Shemá, sosteniéndose en pie a duras penas, ocultando su dolor. Mi querida K.T.



Cuando tu hijo vea la luz será un niño judío, lo que tú eres también por nacimiento pero que por esas cosas de la vida en aquel momento no hubo papeles por medio para certificarlo, la burocracia a veces anula la naturaleza de las personas. Pero fuiste tenaz y quisiste recuperar lo que por derecho te correspondía. Y lo conseguiste.



Si pudiste sobreponerte a esta tragedia para no faltar a tu Bet-Din, qué no harás ahora “oficialmente” judía, con un hijo que educar en el judaísmo. Encontrarás la fuerza necesaria dentro de ti. Porque para esto has vivido y por esto seguirás viviendo. Eres una superviviente. Eres judía.



Shalom.